Carta abierta...

Hace tiempo escuché esta carta y me llegó muy dentro, la he buscado y he tenido la suerte de encontrarla para poder releerla con gusto... aquí os la dejo a vosotros...

Carta abierta a una escaladora...

Admirada mujer.

Lo más desconcertante debe ser el cambio de las reglas de juego, la desconcertante manipulación que supone que, una vez que te has sentado a la mesa creyendo que llevas una buena jugada, te digan que el as no vale nada y que, a pesar de que te habías hecho ilusiones de ganar la partida, no sólo pierdes, sino que te echan de la habitación. Debe ser algo así como contemplar la sonrisa inocente de un niño y contemplar con espanto que su cara se convierte en un monstruo, tender la mano ayudadora a alguien para que se apoye y recibir un insulto como recompensa. Pero, una vez superada la estupefacción, tiene que ser muy difícil volver a creer en las sonrisas inocentes, en el valor de los ases, en el ánimo de ayuda, en el olvido de la pesadilla. Nuestra identidad depende de nuestras referencias, y cuando nos escamotean esas referencias de una manera brutal, y en la estantería del cariño se almacena el odio, y el amigo se transforma en enemigo, no es sencillo volver a creer, no es fácil recuperar la fe, porque tarda en diluirse ese rescoldo de temor, el miedo a que esa mano que parece que se tiende sea una mano traidora, la sospecha de que todo vuelva a empezar, el recelo a que se inicie en cualquier momento la segunda parte del espanto. Y tu escalas, sin fuerzas, al principio, con cuidado de no mirar hacia abajo, de no mirar hacia atrás para que el vértigo no haga una de la suyas, con la sospecha de que te pueden fallar las fuerzas, con la duda de no encontrar el suficiente coraje para llenarte de olvido y llegar hasta la cima. Y continuas, a pesar de algún tropezón, de algún susto, de algún sobresalto inesperado, porque el pasado no se puede envolver en una bolsa y tirarlo a la basura, y está ahí, ahí abajo, mientras tu escalas, y subes cada día un tramo, y te alejas cada vez más de la viscosa charca, porque sabes que allá arriba la gente es como siempre has creído que era la gente, como es la que te rodea ahora y te tiende la mano, esa mano que puedes ya estrechar sin temor.

Luis del Val.

Un beso.